Recolentando recuerdos

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Esto que escribo es acerca de una dama cabello cano con colita baja
Narra ella sus historias mientras los párpados invaden sus ojos como respuesta a la gravedad de la vida. Todo cae, todo se arruga, todo se marchita…todos volvemos a ser niños pero arrastrando los años.
Mi abuelita cada vez que la veo camina más despacio, se tropieza más y le cuesta escuchar lo que le digo. Tiene un olor particular, como de bazar de pueblo.
Es tan viva, que sus más de 90 años no le bailan un tango. Cocina, hace el aseo, atiende a sus invitados y chorrea café mientras lo disfruta tomando en un jarra de lata. Se preocupa por su dieta y no usa lentes porque asegura tener una vista de águila.
Cada vez que habla es como si hiciera bocetos con las palabras, me dibuja un Barrio Amón más hermoso que el de ahora, con aquellas casas que tienen patios y en ellos gallinas y matas de plátano. Me retrata a un Daniel Oduber, quien fue su amigo de infancia y confiesa ser el primer hombre a quien besó en el Parque España. Habla de los Federspiel, de Pepe Figueres, de las conversaciones de los presidentes y las oportunidades que dejó pasar como el haberse casado con un venezolano o haber sido Primera Dama ¡Cuántas oportunidades se le presentaron y no las tomó y lo mejor de todo dice no arrepentirse de nada, ni del hecho de no cobrar pensión! 
Come dos veces al día, dice que así se acostumbró desde joven, ve televisión y a las 5:00pm se dirige a su “rincón” para escuchar su tan preciada emisora: “Radio América” dónde ya la conocen como la “abuela de la radio” y le envían saludos desde el otro lado.
Se dirige con mucha frecuencia a la “pulpería” que es su estante donde tiene todo por “departamento” y dice que eso se lo aprendió de su maestra la Sra. Emma Gamboa quien sale en los billetes de 10mil e impartió clases en la Escuela Metálica, cuenta que ella decía “cada cosa tiene su cosa y hay lugar para cada cosa” por eso su orden y su montón de cajas con bolsas, comida, documentos, todo en su lugar.
Perdió a su mamá cuando era una pre- adolescente , por culpa de una fiebre (no sé qué nombre) que le daban a la señoras después de parir. Doña Trinidad, así se llamaba, se casó a los 12 años y a los 13 ya sabía lo que era pujar. Don Juan María fue el “culpable” de tal delito. ¡Qué mundo el de antes!
Y así no más, cada vez que se extienden las palabras me doy cuenta que ésta “Chola” (así me llama ella), es muy parecida. Me identifico con su pensar de: “Menos bulto, vista más clara” . Concuerdo con ella en ser autosuficiente, en ser sincera (hasta parecer grosera), en odiar los medicamentos y  en qué los amigos se escogen.
Tengo una abuelita que se le está marchitando la vida
Tengo una abuelita que algún día me dirá adiós
 Tengo una abuelita  que me roba el corazón
Me alegra decir que la tengo
Me entristece pensar que un día no la tendré
Pero hoy tengo una abuelita de párpados caídos 
Piel sin aplanchar.

Los Vestidos del Perdón




El vestido de seda, blanco y ondeante
De corte caído, talle a la cintura y hombros descubiertos
Para el verano o la primavera
Fiestas de cóctel 
Aquel benevolente, agradecido al andar
Perdón que se valora, se aprecia, se cuida
El vestido generoso
El perdón de blanco, el que llegó y se debió dar por una única vez

El vestido de terciopelo color vino
Corte recto, largo, cuello alto
Escote en la espalda
Ideal para las noches y fiestas de gala
El encajonado
Recordado solamente para unas ocasiones al andar
Perdón que se olvida
El vestido que se rasga
Perdón que huele a añejo
El que no se agradece

Un tercero más casual de colores cálidos
Corte A y tres cuartos de largo
El de uso diario y zipper de medio lado
Liso o estampado
Perdón que se adapta
El perdón del vaivén
Vestido que se pierde entre tanta prenda
El repetido y subestimado

El perdón que se viste de perdón y se desnuda de olvido
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